Esos primeros años
Esta vez escribiré sobre esos primeros meses o años que un migrante vive en su nuevo país. Dos situaciones diferentes me inspiraron sobre este tema. Por un lado, el comentario de una amiga alemana en relación a la integración de migrantes o refugiados en Alemania y por otro lado, el hecho de que mi mejor amiga de Monterrey empieza en estos días una nueva vida en Nueva York.
Las personas que me conocen en Alemania hoy en día no pueden imaginar mis primeros años en este país y por el comentario que menciono (für Dich hat man sich doch auch interessiert als Du kamst? Warum nur nicht für diese neuen Menschen bei uns? ), pareciera que creen que fueron sencillos y muy diferentes a lo que experimentan los refugiados que están llegando actualmente a mi nueva patria. No, no puedo comparar mi situación con la de nadie más, primero que nada porque yo me vine por amor y con el gran apoyo de mi marido que es alemán. Pero ni el hecho de ser una persona sociable, con maestría, inglés casi perfecto y mucho entusiasmo hicieron mis primeros meses fáciles o gratos.
Recuerdo perfectamente mis primeros tres meses en un pequeño departamento en un pueblo, aunque los alemanes insistan en llamar «ciudad» en donde casi nadie hablaba inglés y donde no pude tomar ningún curso de alemán porque era periodo de vacaciones de verano. De no ser por mi marido, no hubiera salido ni a la esquina. Nadie más que él me acompaño al ginecólogo, al dentista, al supermercado y a todos los trámites burocráticos para mi registro, mi visa, mi cuenta bancaria y mi licencia de manejo. Nadie me invitó a un café ni a desayunar. Nadie me visitó en el hospital cuando me quitaron una piedra del riñón y tuve que quedarme una semana sola porque aquí nadie se queda a dormir con el paciente.
En mi primer curso de alemán hice amistad con dos rumanas, con quien de vez en cuando salía pero ellas ya eran mamás y nuestros horarios no coincidían. Me inscribí a un gimnasio, a clases de pintura y de fotografía con la esperanza de conocer gente y crear círculos de amistades. Todo sin éxito! Ni un café, ni una salida al cine, nada!
Justo un año después encontré trabajo en una empresa internacional y me dediqué a viajar por Europa. Amistad con colegas? No es lo usual, así que a excepción de un par de veces que fuimos a cenar, nunca conocí nada de su vida privada ni ellos se interesaron por la mía.
Al año y medio de haber llegado a Alemania, compramos nuestra actual casa en Stade, un pueblo (siiiii, ciudad) un poco mas civilizado que Vlotho. Ni despedida, ni cartas o correos con ex-vecinos, amigos o compañeros de curso. Ahora que lo pienso, pareciera que ese tiempo pasé desapercibida, como una persona que estaba ahí pero que no dejó huella.
Seguí viajando un año más lo que dificultó el contacto con los nuevos vecinos y cuando dejé de trabajar por el nacimiento de nuestra primogénita empezó otra etapa difícil parecida a la que viví al recién llegar. Aunque ya sabía un poco más de alemán, a nadie parecía importarle mi vida. Iba y venía sola con mi pequeña, me inscribí a un curso de mamás con recién nacidos y a un curso de natación para Victoria con el mismo resultado que el gimnasio y el curso de pintura. Saludos amables pero jamás una invitación a desayunar o merendar. Hasta dos años después, ya con la segunda niña y gracias a un «Krabbelgruppe» al que asistíamos una vez por semana, fue que empezaron a surgir los primeros contactos. Y todo porque yo organizaba regularmente reuniones en mi casa (cocktail´s partys).
Y no se trata de decir que los alemanes son cerrados o fríos. En lo personal no lo creo, sino más bien que como adulto es difícil entrar a círculos de amistad o amigos ya existentes y se requiere más tiempo para entrar en confianza. Aún en mi propio país, tardaría un tiempo en conocer gente si me mudara de ciudad. Y en mi caso particular en el que Thomas tampoco era originario de las ciudades donde vivimos, tampoco tuve oportunidad de integrarme a sus grupos de amigos porque no tenía 😦 Ni su familia vivía cerca, aunque algunos dicen que eso es más ventaja que desventaja 🙂
Al entrar la mayor al jardín de niños mi vida empezó a ser lo que ahora es, comencé a echar raíces y finalmente me convertí en parte de la sociedad local. Fue gracias a los contactos con otros padres de familia y a mi búsqueda de trabajo ya que poco a poco tenía tiempo libre para mí. Clases de español, reuniones en diferentes círculos y actividades familiares llenaron poco a poco mi agenda. Corría el año 2007, cinco años después de haber empezado mi vida de migrante.
Cada persona es diferente y se integra más o menos rápido que otras, la mía es solo una historia de millones que hay en este mundo y no hay dos historias iguales. Para mí, hay tres cosas que hicieron esos primeros años más llevaderos y que evitaron que «tirara la toalla» o me quisiera regresar a mi México lindo y querido:
– el amor y el apoyo incondicional de mi marido
– los viajes anuales a México de hasta 3 meses, casi siempre en invierno de los cuales volvía llena de energía
– las visitas de mis padres y algunas amigas
En dos palabras: amor y familia. Y el amor de pareja puede reemplazarse por amor al trabajo, a la aventura, al estudio, etc. dependiendo de las razones por las que uno emigre. Por ahí leí que «Emigrar es de valientes» y es cierto, no tanto por todo lo que se deja sino por esos primeros años que nos hacen dudar y preguntarnos si realmente fue una buena decisión.
Y por último, estas líneas se las dedico a mi amiga S. para su nueva etapa y que seguro le podrían servir a otros que recién empiezan su vida como mariposas migrantes:
– mantén tu buen humor, aún en días nublados, fríos o grises
– inscríbete al gimnasio local, a cursos de cosas que te gusten o incluso que no te gusten, pero donde puedas encontrar gente de tu edad y donde puedas distraerte
– sonríe a todos aunque no te devuelvan la sonrisa
-toca puertas una y otra vez. Si nadie te invita a su casa, invítalos tú… con suerte, después de un tiempo te invitaran a ti.
– siente siempre orgullo por tus raíces y nunca olvides a los tuyos. Ni el tiempo ni la distancia son excusas aceptables para perder contacto con los que te quieren.
– se vale llorar pero nada de depresión. Llora cuando extrañes a tu familia, tu comida, tu música pero no dejes que tu estado de ánimo se deprima.
– acostúmbrate al hecho de que te perderás bautizos, bodas y cientos de eventos importantes en tu país
– algunas veces te preguntarás «qué hago aquí?», pero no pierdas el tiempo buscando respuestas. Anímate y llena tu cabeza de pensamientos positivos.
– no hay dos países iguales en este planeta, así que hay que aceptar que las cosas son diferentes en tu nuevo hogar, ni mejores ni peores simplemente diferentes. Comparar, convertir a otra moneda o buscar productos que usabas antes no sirve de mucho y puede cansarte. Disfruta, experimenta y prueba las cosas como son ahora.
– adáptate a la vida local, cambia tus hábitos y aprende cómo hacen las cosas los locales. Si hay que separar la basura, respetar distintas leyes o seguir otras reglas, ni hablar!
– busca grupos de migrantes como tú, no importa si son chinos o australianos, están pasando por lo mismo y podrán comprenderte mejor
– si no hablas el idioma o dialecto local, apréndelo lo antes posible y bien, ahí está la llave de la integración
-cada mañana toma una cucharada de tolerancia, otra buena dosis de paciencia y un litro de actitud optimista.
-ama tu nuevo país sin dejar de amar el que te vio nacer. Renegar, comparar y quejarse es lo peor que puedes hacer y sólo amargará tu corazón.
Y finalmente termino con una frase inventada por mí: «Integrate que Dios te ayudará». Uno mismo tiene que buscar formas de integrarse en el nuevo país, y lo demás se irá dando solito. Hoy en día el mundo es mas tolerante y abierto, pero no puede integrarnos si nosotros no ponemos de nuestra parte.
Ánimo! Sí se puede!
P.D. Y aprovecho para mostrar mi respeto a aquellos que sobreviven en un nuevo país sin una «media naranja», eso para mí es todavía más difícil y admiro a los que logran sobrevivir solitos! 🙂