Arrivederci, O Bella Italia!
De vuelta a la realidad, no queda más que escribir las experiencias y momentos vividos en estos cuatro días que tuve la oportunidad de pasar en la Bella Italia.
Cómo ya lo he escrito antes, de Italia conozco varias ciudades y mis expectativas con este viaje eran pocas porque iba sólo de acompañante de mi marido, quién iba a trabajar.
Nos reservaron un hotel en Castelfranco, una pequeña ciudad o mejor dicho pueblo a 40 kms de Venecia y a pocos minutos de dónde mi marido trabajaría viernes y sábado.
El jueves que llegamos, aprovechamos la tarde para pasear por Venecia. Y aunque no vimos mucho, nos bastó para conocerla y repasar nuestros recuerdos. Es una ciudad pequeña y demasiado turista, así que una tarde basta para conocer lo elemental.
Viernes y sábado bastaron también para recorrer cada calle y esquina de Castelfranco, una ciudad medieval que conserva aún un muro alrededor del centro histórico. Me llamó la atención que a pesar de ser un pueblo, cuenta con boutiques de diseñador y los objetos que se venden son muuuuy caros. Así que no compré nada, sólo me dediqué a observar a la gente en el mercado, escuchar el parloteo de sus habitantes, admirar la naturaleza en plena primavera, sentarme a escribir en sus numerosos parques, deleitarme con las delicias culinarias, y descansar de mi ajetreada vida diaria.
Fue maravilloso… dos días de relajación total y placer para mis cinco sentidos! El sábado nos invitaron a cenar el cliente donde trabajó Tom y su esposa. Nos llevaron a Padua, y a eso de las 6 de la tarde estábamos recorriendo sus calles.
Cabe mencionar que Padua es una de las ciudades más antiguas de Italia, su plaza “Prato della Valle” es la segunda más grande de Europa, su universidad es una de las primeras de Europa y contó con Galileo Galilei entre sus profesores. Ah! Y el santo patrono de la ciudad es ni más ni menos que San Antonio de Padua, cuyos restos se encuentran en la iglesia que lleva su nombre.
Entramos a la Iglesia, donde justamente se estaba celebrando misa y recorrimos sus pasillos y capillas mientras escuchábamos al padre hablar en italiano. Fue toda una experiencia religiosa como dice la canción de E. Iglesias. Tocar la tumba donde yacen los restos intactos de San Antonio, ver importantes reliquias de diversos santos y beatos (entre ellos Maximiliano Kolbe) y admirar la arquitectura de la iglesia y su convento fueron cosas que no esperaba y que me llenaron de paz.
Cenamos en un restaurante típico y después de un aperitivo de salchichas picantes, y un “primi piatti” de 2 pastas diferentes y arroz con espárragos, llegó el chef con un carrito con carnes de res y bisonte. Wow! Todo un espectáculo! Nos hizo algunos cortes y los colocó en platos calientes donde se terminaron de cocer. La carne tenía muchas horas marinada en vino y sabía exquisita. No me quejo, fue una cena digna de guardar en la memoria y que recordaré siempre.
El domingo volaríamos por la tarde-noche, así que lo teníamos libre para conocer algún otro rincón italiano. Decidimos viajar a Murano! Es una isla más del complejo veneciano y se llega en barco-autobús. Ahí se produce el famoso vidrio de Murano.
Stefano se ofreció a acompañarnos y fue una genial idea porque no tuvimos que andar con las maletas todo el día como el jueves que llegamos y paseamos por Venecia. Murano es pequeñito y no hay mucho que ver además de decenas de tiendas y galerías de famoso vidrio de Murano. Pero de todas formas es toda una experiencia recorrer sus canales, observar las obras de arte que fabrican con el vidrio y pasear entre miles de turistas.
Ahora escribo en el avión de regreso a Hamburgo, antes de que se me olviden los detalles y aprovechando las imágenes frescas en mi memoria. Fue un viaje espontáneo y maravilloso! Agradezco a mi marido que me quiso llevar, a mi suegro que cuido de las niñas y a Dios por tan buena fortuna! Espero pronto vuelva a tener la oportunidad de visitar la Bella Italia, mientras ya estoy planeando un viajecito express a alguna ciudad española, pera esta vez con niñas y a la playa!!! Ya les contaré!